segunda-feira, maio 23, 2011

Jaime García-Máiquez




Entre los méritos de la poesía de Jaime García-Máiquez (Murcia, 1973), tal vez el mayor (y el que los engloba a todos) sea su capacidad para suscitar en el lector una emocionada identificación con su yo-poético, siempre complejo y singular, utilizando, sin embargo, un vocabulario y una dicción de deslumbrante sencillez: algo que ha heredado —no sabemos si directa o indirectamente— del gran maestro Antonio Machado. Pero esa sencillez, manifiesta en un estilo a menudo conversacional, que procura romper todas las barreras entre poeta y lector, no desemboca en un decir chato y utilitario, sino en todo lo contrario: en una sensación de que estamos conviviendo con un auténtico personaje de carne y hueso, con sus virtudes y manías, con sus esperanzas y sus miedos. De modo que tal sencillez es el producto de un laborioso trabajo con la lengua ordinaria, para extraerle una significación realmente extraordinaria en su honda personalidad, sin que por ello advirtamos todos los hilos de su artificio.

Su poética es la sinceridad, virtud que destaca desde el primer acercamiento a un poema suyo. Una sinceridad íntima que el poeta comparte con nosotros sin caer nunca en el impudor ni en la verborrea; antes bien, sumergiéndonos en un mundo mucho más rico que el de costumbre para elevarnos hasta el punto de mira más alto. Jaime García-Máiquez es un poeta del tiempo, como el maestro don Antonio (aunque de temperamento muy distinto): un poeta que sólo puede entender cualquier acontecimiento de su existencia enmarcándola en el transcurso de su tiempo interior. Y el tiempo de García-Máiquez, sin embargo, no es elegía por ninguna pérdida, sino sabiduría acumulada que ha ido forjando su entendimiento, su deseo y todo su modo de sentir, que también cambia con el tiempo. Lo que no cambia es su mirada esperanzada hacia un futuro, hacia una luz mayor que siempre está por llegar.

Pero no crea el lector que va a encontrarse con una sucesión de experiencias vitales puntualmente narradas, pues, si bien su vida cotidiana empapa visiblemente toda su poesía, los hechos esenciales de aquélla suelen cristalizar en imágenes simbólicas de significación trascendente, por las que su diario vivir, a la vez que construye una vida muy normal, nos deja entrever por sus rendijas los rayos de un Misterio que todo lo llena.

Hasta el momento ha publicado los poemarios: Vivir al día (2000), con el que ganó el Premio Luis Cernuda de 1999, y Otro cantar (2007), que obtuvo el Premio Arcipreste de Hita de ese año; además de un libro de su heterónimo Fernando López de Artieta, Jugar en serio (2004), acreedor del Premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid.
La belleza es sagrario

Bajo una encina enorme en lo alto de Abantos,
rogué por ver el rostro de Dios, sólo
un instante de luz,
misterio, miedo y fuego, como un rayo.

Más allá del paisaje no vi nada
como podéis imaginaros todos,
pero de pronto un pájaro
se posó entre las ramas y cantó sobre el árbol.


La canción de las lluvias

A. Necati Cumali


La lluvia de enero
sirvió como abono,
y la de febrero
cimentó los lodos.

La lluvia de marzo
se enraizó más hondo.
La de abril produjo
frutos luminosos.

La de mayo vino
como agua de agosto…
La lluvia de junio
se lo llevó todo.


Pan duro

La madre de mi madre se tomaba
el pan del día anterior o el de hacía dos días
para desayunar, con su café manchado.
Era como un gorrión. Emocionaba ver
a aquella señorita de Alicante
con más de ochenta años de ternura
nutrirse despacito igual que un pobre
cartujo, allí sentada en su butaca.
Mi madre sonreía al verme sorprendido
contemplando a su madre, en una casa
cuya despensa inmensa
se parecía a un bodegón de Snyders.
Y alguna vez, para explicarme aquello,
me dijo llanamente: es por la guerra;
no te preocupes, Jaime, es por la guerra.
Dos décadas después, y a casi un siglo
de la Guerra Civil, ahora soy yo
el que coge el pan duro
y lo besa despacio
y se lo come haciéndolo migajas
con un café con leche.
Mi mujer no da crédito, y se queda
alucinada cuando le contesto
completamente en serio que no le dé importancia,
que lo hago por la Guerra.

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